Siguiendo las corrientes evangélicas y religiosas de finales del siglo XIX, Gandia conoció un aumento de ejercicios espirituales, sermones y conferencias destinadas a aumentar la piedad y mejorar la vivencia religiosa de los ciudadanos. La Asociación, desde su nacimiento, entró en esta dinámica y nació así la predicación de la Cruz, realizada a las tres de la tarde en la iglesia de las Escuelas Pías el Viernes Santo, y que de alguna manera ha llegado hasta nuestros días, a pesar de todas las dificultades surgidas durante el siglo XX. Todo empezó en 1883:
“[La Asociación] ha acordado celebrar el próximo Viernes Santo a las 3 de la tarde, en la espaciosa iglesia de la Escuela Pía, una solemne función religiosa en la que predicará el Doctor Manuel Llanes, cuaresmero de la parroquia de San Esteban de Valencia. Aplaudimos el acuerdo de la Junta Directiva […] pues no dudamos que, por la fama de que viene precedido el señor Llanes, de eminente orador sagrado, dicha función será un verdadero acontecimiento y contribuirá a dar más esplendor a la Semana Santa”.
El éxito fue muy grande. En El Litoral (25-III-1883) se alababa al orador por su sermón con un resumen del mismo y, por supuesto, se felicitaba al paso de la Cruz por el acontecimiento.
Un año más tarde, tal vez guiados por el éxito de Llanes, se creó una comisión con la finalidad de “gestionar la venida de un renombrado predicador a fin de que pronuncie en las Escuelas Pías el discurso de Viernes Santo dedicado a aquella imagen, símbolo de la redención del género humano”. De este modo, se consolidaría la predicación del viernes y se establecería el acto como un rasgo propio de la cofradía. Ese mismo año, repitió Manuel Llanes Montull.
Sin embargo, parece ser que en un principio la Asociación pretendió seguir el ejemplo que realizaba el Ayuntamiento, y anteriormente el duque, con la contratación de un predicador para toda la Cuaresma y acercar así la palabra de Dios a la población con la intención de manifestar así su dominio como clase dirigente. Los miembros de la Santa Cruz, como representantes de la alta burguesía de la ciudad, probablemente siguieran ese ejemplo. De este modo, siguiendo las noticias de Diario de Gandia para 1885, todas las semanas de la Cuaresma se realizaban los llamados “ejercicios de Cuaresma”, “ejercicio vespertino” o “ejercicio semanal”, consistentes en un rosario, el canto de un motete y la predicación del orador elegido para ese año, que tendría como sermón principal el del Viernes Santo, o las “conferencias dispuestas por la Santa Cruz” anunciadas por El Litoral para el mismo año. Es lo que se conoce en las actas de la Asociación como “septenario durante la Cuaresma”. Sin embargo, desde 1890, el nombre del predicador elegido para el septenario deja de aparecer en las actas, cambio relacionado tal vez con la organización establecida desde ese momento:
“Desde el presente año sea de la incumbencia de los Sres. clavarios, de común acuerdo con los demás señores componentes de la Junta Directiva, el nombramiento de predicador para la fiesta religiosa que anualmente celebra esta Asociación el Viernes Santo”.
Desde entonces, y siguiendo las noticias de prensa, parece ser que el septenario dejó de celebrarse y únicamente participaba el predicador en el sermón del Viernes Santo, hecho provocado tal vez por la complicada situación económica de la Asociación durante esos años.
Había nacido una tradición, pero también una rivalidad que se prolongó hasta la guerra civil, entre la Asociación de la Cruz y el Sepulcro por conseguir el mejor orador y la mayor afluencia de fieles, compitiendo también con otras hermandades y con el predicador cuaresmal contratado por el Ayuntamiento y que realizaba sus sermones en la Colegiata.
No obstante, aunque los oradores procedían de diferentes lugares, los escolapios fueron los predicadores elegidos en la mayoría de años. Alguno, como Hermenegildo Torres, tenía tanta fama que en 1885 predicó siete veces para los miembros de la Virgen de los Dolores y otras tantas para la Santa Cruz, y tuvo que competir ese año con los sermones de Llanes Montull para el Sepulcro. Algunos años, la prensa resumía el sermón y elogiaba a su predicador, como son los casos de Miguel Julià en 1901 y de Antonio Navarro dos años más tarde. Tal vez no era ésta la única competición entre las dos hermandades, puesto que dada su posición cerca de la presidencia en la procesión del Viernes Santo, las dos atraían a la alta sociedad gandiense, manifestando también su rivalidad en otros aspectos como la organización, el vestuario o las novedades, de modo que los movimientos de una eran correspondidos por la otra, en un intento por no quedarse atrás y exhibir su importancia social.
En comparación con el siglo anterior, en el siglo XX se advierte una mayor presencia de predicadores forasteros y un descenso en la presencia de los escolapios. Tal vez la importancia que había adquirido el acto durante los años era un buen reclamo para los oradores más prestigiosos. Uno de los sermones más aplaudidos por la prensa tuvo lugar en 1926 por Antonio Hidalgo, canónigo del Santo Monte de Granada. Según Revista de Gandia (3-IV-1926) “el tradicional sermón de la Cruz, la tarde del Viernes Santo, fue verdaderamente una hermosa pieza oratoria, en la que no sabemos que admirar más, si la galanura de la frase o la profundidad de los conceptos”.
Después de la Guerra Civil, el tradicional sermón del predicador de la Cruz se recuperó en 1940. Ante la ausencia de imagen física con la que procesionar, la tarea evangélica vino a ocupar ese lugar en una sociedad que estaba saliendo a duras penas de las consecuencias del conflicto. El cultivo de las almas era, en ese momento, una tarea muy importante. Prueba de ello es que, ya consolidado en esa década, el sermón llegó a ser transmitido por la radio propiedad de Enrique Peralta, para llegar a un mayor número de población. Con el tiempo, la celebración del tradicional sermón de la Cruz pasó a celebrarse a las 12:30 de la tarde.